martes, 17 de mayo de 2011

La fatídica historia de amor del emperador Xuanzong y la princes Yang

Este poema narra una historia que ocurrió durante la dinastía Tang. En esta época era muy frecuente que los emperadores chinos buscasen alianzas con los pueblos bárbaros, para que el territorio tuviese paz. Estas tipos de alianzas se hacían generalmente de dos modos: casamientos o pagando tributos y por tanto contentar a las tribus bárbaras.
 
El emperador Xuanzong (712-756 d.c.) fue un emperador que utilizó esta estrategia para alejar de sus límites topográficos.  Se alió con el Kaghanato del pueblo Uigur para tener realaciones amistosas ya que en ese tiempo estaban encontrando peligros con los pueblo nómadas del noreste y tenía que tener la zona suroeste en paz, para que no le franquearan toda la zona.
 
Esta alainza se hizo con el envio de unas princesas al reino sogdianos por parte del emperador y con una princesa que estos le hicieron llegar al emperado chino. Esta princesa es la famosa Yang de este poema, de la que el emperador se quedó prendidamente enamorado y por la que perdió la razón, ya que ella adoptó a un oficial extranjero y el rey le dió un importante puesto en las afueras de la capital.
 
Este general enfrentó una revelión contra otro general chino y comenzó un lucha increible. El general extranjero comenzó a acumular derrotas y el emperador huyó por miedo a perder a la bella Yang que, aunque no era joven, le hacía feliz. Pero el augurio estaba echado y el emperador no tuvo más remedio que dejar que la degollaran ya que la condenaron por haber adoptado a un enemigo del imperio.

Este es un poema que escribió el gran poeta Bai Juyi o Po Chuyi, dependiendo de su transcripción, que vivi´p entre el 772 y el 846 d.c. Este poema plasma la relación que tenía con la porincesa y hace un resumen del estado del rey conforme pasaban los hechos a lo largo del tiempo. 
 
Canto de la infinita tristeza
 
una bella sin igual.
 
Más años y años pasaron,
 
sin que su ardiente deseo
 
se hiciera realidad.
 
La familia de Yang tiene una hija,
 
que está en la adolescencia florida.
 
crecida en su gineceo recóndito,
 
los extraños nunca han podido verla.
 
Mas una hermosuratan perfecta,
 
¿Cómo podría ser ignorada?
 
Presentada es al monarca.
 
Ladeando la cabeza,
 
esboza una sonrisa,
 
que mil encantos encierra,
 
y a todas las damas de la corte eclipsa.
 
En la frígida primavera,
 
se le concede el privilegio
 
de bañarse en la fuente Hua Ching.
 
La suave y tibia transpariencia
 
embellece su piel alabastrina.
 
Ayudada por sus doncellas,
 
sale perezosa y hechicera.
 
Es entonces cuando el emperador
 
comienza a prodigarle favor.
 
Cabellos de nubes.
 
Rostro de flor.
 
Alhajas de oro.
 
Bajo las cortinas sonrosadas
 
conoce la noche de primavera.
 
¡Qué noche tan breve, empero¡
 
¡qué temprano llega el alba¡
 
A partir de ese día,
 
el soberano deja de dar
 
la audiencia matinal.
 
Le acompaña la favorita
 
en sus paseos y orgías,
 
y comparte las dulces noches.
 
Aunque hay 3000 bellezas en la corte,
 
al amor de ella sólo se dedica.
 
La alcoba de oro y sus adornos sirven
 
para que resalte más su hermosura.
 
El pabellón de jade de las fiestas
 
aumenta lo graciosos de sus ebriedad.
 
A sus hermanos se le confiere
 
títulos de nobleza,
 
y la familia Yang
 
brilla en los círculos escogidos.
 
De extremo a extremo del imperio,
 
quienes preferían hijos varones
 
han cambiado de parecer.
 
El palacio de Li
 
casi se toca con el cielo.
 
El viento aparece por doquier
 
los divinos acordes
 
que acompañana a alegres danzas.
 
El emperador ya no distingue
 
entre el día y la noche.
 
Se estremece la tierra.
 
Llegan desde Yuyang
 
terribles gritos de guerra,
 
quebrando las melodías
 
de <<Vestido de Arco Iris
 
y Túnica de Brillantes Plumas>>
 
danzan preferida del palacio.
 
Polvo y humo es la capital.
 
Torrentes de carros y jinetes
 
se precipitan a huir al sudoeste.
 
Banderas de dragón imperiales,
 
temblando, avanzan.
 
A unos cien li de las murallas
 
las tropas no quieren seguir:
 
exigen la sangre de Yang.
 
¿Qué hará el monarca
 
sino ceder?
 
Al pie de la colina Mawei,
 
la beldad de cejas mariposa
 
deja de ser ante los caballos.
 
Riegan el suelo
 
sus graciosos adornos como flores,
 
el gorrión de oro
 
de coloridas plumas incrustadas
 
y su hermosura horquilla de jade.
 
Nadie los recoge.
 
El desesperado monarca,
 
impotente para salvarla,
 
se oculta el rostros entre las manos.
 
La mira una última vez,
 
con lágrimas de sangre ardiente.
 
Ráfagas de viento gélido
 
levantan polvo amarillo.
 
Trepando entre las nubes,
 
las tropas atraviesan
 
la puerta de la Espada,
 
y al monte de Emei llegan.
 
Aquí no ven casi un alma.
 
Las banderas pierden su brillo,
 
y lánguido el sol palidece.
 
Agua esmeralda del río.
 
Verdes montañas lozanas.
 
El fascinante paisaje
 
sólo acarrea al monarca
 
una profunda tristeza.
 
La luna contemplada desde la tienda
 
parece melancólica.
 
El son de las campanillas en la lluvia
 
semeja el sordo ruido
 
de un corazón que se destroza.
 
Por fin el cielo y la tierra
 
han completado una vuelta.
 
La carroza de Dragón retorna.
 
En la colina de Mawei,
 
detiénese la comitiva
 
donde esfumóse el bello rostro.
 
Soberano y ministros se miran,
 
anegados todos en lágrimas.
 
Abandonando los caballos,
 
se dirigen hacia el palacio.
 
Jardines, estanques.
 
Nada ha cambiado.
 
Flores de loto de Taiye.
 
Hojas de sauces de Weiyan.
 
Éstas recuerdan sus cejas,
 
y aquéllas su hermosos rostro.
 
¿Cómo contener las lágrimas
 
que esta aparición arranca?
 
Flores de durazno y de ciruelo se abren
 
al céfiro de la primavera.
 
Amarillas hojas caen
 
con las lluvias autumunales.
Tupidas hierbas reverdecen
 
los patios del Palacio Oeste.
 
Hojas muertas amontonadas
 
enrojecenlos escalones.
 
Las actrices del Jardín de perales
 
peinan blancos sus cabellos,
 
y las doncellas del Pabellón de Pimenteros
 
ven marchita la flor de sus caras.
 
Luciérnagas traen noches sofocantes.
 
Moribunda está la lámpara,
 
y el monarca,triste, desvelado.
 
Campanas y tambores, lentamente,
 
despiden la larga noche.
 
Brillante la Vía Láctea
 
al alba tardía acoge.
 
Frías las tejas entrelazadas,
 
todas cubiertas de escarcha.
 
¿Quién querría compartir
 
una manta helada?
 
Largos años separan
 
al vivo de la muerta,
 
y su espíritu no ha acudido
 
ni una vez en sueño.
 
Por entonces, a la capital
 
viene un sabio taoísta.
 
Para quien tiene sinceridad
 
se aviene a llamar las almas
 
de sus familiares muertos.
 
Compadeciéndose del monarca atormentado,
 
emprende una afanosa búsqueda.
 
Raudo como relámpago,
 
atraviesa las nubes
 
cabalgando los vientos.
 
Primero sube al cielo.
 
Después baja y penetra
 
en las profundidades de la tierra.
 
Ni en azul infinito,
 
ni en la Fuente Amarilla, ultratumba,
 
encuentra a la difunta.
 
De pronto oye decir
 
que en el inmenso piélago
 
hay una montaña de deidades,
 
que, velada por la bruma,
 
flota en el aire.
 
Multicolores nubes envuelven
 
sus pabellones exquisitos,
 
morada de hermosas y dulces divinidades.
 
Una de ellas se hace llamar Taizheng,
 
su nombre original.
 
Tiene el rostro de flor
 
y la piel de nieve
 
como en la otra vida.
 
Llegando a una puerta de oro,
 
el taoísta toca suavenmente
 
un jade incrustado.
 
Pide a la doncella
 
que le abre al anunciar
 
al mensajero de Han.
 
Encerrada el vistosos dosel,
 
la bella se despierta sorprendida.
 
Aparta la almohada.
 
Se viste deprisa.
 
Levanta la cortina de perlas
 
y abre los biombos de plata.
 
Sin arreglarse bien la cabellera,
 
la guirnalda al descuido puesta
 
y los ojos somnolientos,
 
desciende a la sala.
 
Se agitan sus anchas mangas
 
al compás del movimiento,
 
como en <<Viento de Arco Iris
 
y Túnica de Brillantes Plumas>>.
 
El rostro anegado en lágrimas,
 
como una flor de peral
 
azotada por la lluvia.
 
Pide al taoísta que le transmita
 
su honda gratitud al soberano.
 
<<Después que nos separamos,
 
no he podido oir su voz ni ver su cara
 
a través de las nubes y nieblas.
 
Ahora, en la Montaña de las Deidades,
 
arrastro penosalos largos días.
 
Oteo el remoto mundo de los hombres,
 
mas el humo y polvo me impiden la vista.
 
Sólo puedo enviarle,
 
como testimonio de amor,
 
estos adornos que me obsequió.
 
Yo conservaré una de las horquillas
 
y también mitad del cofrecillo.
 
Quiero que él dea firme como el hierro,
 
y entonces nos vollveremos a ver ,
 
ya sea en el azul del cielo,
 
o en el mundo de los humanos>>.
 
Al despedir al mensajero,
 
ella reitera el juramento
 
que habían hecho los dos corazones
 
el día siete del séptimo mes,
 
a las altas horas de la noche,
 
en el Pabellón de la Eterna Vida:
 
<<En el celeste inmenso siempre somos
 
un par enternecido de avecillas,
 
y en la animada tierra, dos ramas
 
entrelazadas de un mismo árbol>>
 
El cielo, y también la tierra,
 
por más que sus ciclos duren,
 
han de terminar un día.
 
Mas esta inmensa tristeza
 
será como el tiempo, eterna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Contador

Labels